domingo, 7 de noviembre de 2021

SANTOS INOCENTES

Esperaban la decisión. El litigio lo suscitaba un viejo mamoncete al que ese día sacaron de su mundo, el de diario y de los festivos, mundo de deseducación a manos de gente anciana, propicia, pero no natural. Estaba incómodo el infante, acostumbrado a ser el núcleo, allí, donde era una justificación. Se rebeló. Arrojó su molesto estrépito con el que la naturaleza dota a los mamíferos menos dotados para conseguir atención inmediata.

Los funcionarios, casados y solteros, hombres y mujeres, con o sin hijos, tras las puertas de los despachos que daban a aquel foro, intentaban pensar sin conseguirlo. Nunca se sintieron tan incompetentes. Ni cuando soportaban las mayores discusiones entre adultos. Aquella súplica sonaba tal como vuelo rasante sobre sus neuronas. Golpeaba sus cráneos como un martillo neumático. Hasta que uno, sólo uno, estalló. Abrió la puerta y salió gritando: ¡HERODES! ¡GRANDE! ¡TÚ SÍ QUE FUISTE GRANDE!...

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