viernes, 26 de diciembre de 2014

HIJOS DE SU MADRE

    Rómulo y Remo, filius lupae, fueron los que empezaron a mandar en aquello que acabó siendo el Imperio Romano. La palabra latina Lupa tenía varios significados. Uno es el de prostituta (de ahí deriva lupanar) y explica claramente el prosaico origen del fundador de Roma. Luego, la realidad se transformó en poética leyenda y Lupa pasó a ser la loba capitolina. El resto del cuento todos lo conocen.

    Con el transcurso de la historia, el cargo de todopoderoso se hizo hereditario, ocupándolo los hijos de las reinas. Mujeres, éstas, con obligaciones peculiares. La principal, la de reproducirse, procrear cachorros reales para propagar la especie y mantener el poder familiar.

    Dado el talante clasista de la monarquía, las féminas de las familias reales de Europa formalizaron matrimonios endogámicos. La consanguinidad generaba proles anómalas, monstruos. Pero como la mujer es quien siempre tomó las decisiones resolutivas, las buenas soberanas optaron por emputecerse lo necesario para conseguir que sus vástagos fueran el fruto de una cópula acaecida con un ejemplar masculino de buena ralea.

    La infausta norma real reproductiva no se aplicaba en monarquías de  otras partes del mundo. Los imperios islámicos, proporcionaban a los sultanes nutridos harenes repletos de bellas e inteligentes esclavas entre las que el rey elegía a su favorita para engendrar al heredero. Algo similar pasaba en otros reinos orientales: en India, hasta alguna cupletista llegó a ser la maharaní. Costumbres que evitaban la degradación genética de la descendencia real.

    Por aquí, a Isabel la católica, alcahueta global, le cascó el primogénito de enfermedad venérea, deshaciendo muchos de sus planes políticos. Así que implantó la costumbre de rodear el tálamo nupcial de sus descendientes con rancios mojigatos que lo cuidaban con tesón de cancerbero. La costumbre se mantuvo y, mezclados entre parientes, los austriacos carlos y felipes fueron degenerando progresivamente hasta llegar a aquella aberración humana (el tal Carlos II) que acabó con la dinastía y casi con el imperio.

    Mientras, en Francia, París bien le valió una misa a un navarro caradura llamado Enrique de Borbón que, tras calzarse a la Margot sin lograr descendencia, desposó con la casquivana María de Médicis; no se hablaban, pero le parió seis churumbeles. El mayor, Luis, marcado con el trece, sucedió a su padre, salvándose de su madre que le quiso asesinar. Los intereses sexuales de Luisito iban más hacia condes y marqueses que hacia su mujer, pero Ana de Austria se pasó por la piedra a los malos de la película (Los Tres Mosqueteros) Buckingham y Mazarino, y parió al Rey Sol, espabilado monarca. Y así sucesivamente.

    En España, el último engendro austriaco fue sucedido por un nieto del soleado francés, infestándonos de la peste borbónica. Felipe, quinto de España, listo, ilustrado y bipolar. En su juventud le casaron con su prima hermana María Luisa, la saboyana. Seguían teniendo la cama custodiada por dos fieros lebreles: doña Ana de los Ursinos y el cardenal Bocanegra. La de Saboya parió cuatro retoños, de los cuales dos llegaron a reinar.

    Tras morir María Luisa, le trajeron al rey otra italiana: Isabel de Farnesio, sin parentesco con él. Muy suya, no consintió entrar en la corte hasta que enviaran a la de los Ursinos a Pernambuco. Y se vino con ella su cardenal privado: Alberoni. Siete vástagos parió que, por la escasa endogamia o por la colaboración del clérigo, mejoraron indiscutiblemente la especie.

    Felipe V, apodado el animoso por sus fases maniacas, abdicó en su primogénito durante una de sus depresiones. A Luis I lo habían casado con Luisa de Orleans, afectada de esquizofrenia. Pero unas viruelas enviaron enseguida al joven rey con san Pedro. No tuvieron descendencia, así que la chica se volvió a París. El viejo monarca tuvo que recuperar el trono.

    Al morir Felipe tras reinar casi cincuenta años, fue reemplazado por su hijo Fernando (sexto) desequilibrado también. Casado con Bárbara de Braganza, culta e inteligente mujer, capaz de mejorar la raza. Pero, fiel a su marido murió sin descendencia. Su amante esposo se acabó de desbaratar. No volvió a casarse.

    Así que llegó la hora soñada por la Farnesio: que su primogénito fuese rey de España. El papel del cardenal (Alberoni) fue cardinal para que engendrara a un chico feísimo pero listo. Carlos tercero, se llamaba. Reinó en Nápoles antes que en España. Casado con María Amalia, germánica cuyos genes aportaron majadería a la saga borbónica. De trece hijos, al primero lo dieron por inútil; el segundo reinó con esa pinta pintada por Goya. Ahí degeneró del todo la especie. Amalia murió tísica al poco de llegar a España. El rey permaneció viudo.

    El segundón de María Amalia reinó como Carlos IV. Inquieto por el rebaneo de las barbas (y el pescuezo) de su vecino francés. Se casó con su prima hermana María Luisa, de Parma. Era una coneja que tuvo veinticuatro embarazos, naciéndole catorce vástagos, de los que siete llegaron a adultos. Más puta que las gallinas, se tiraba a todo apuesto varón que se le acercara, incluido al valido Godoy. El heredero, Fernando, sería de su marido ya que demostró su pura calaña. Otro hijo, Carlos María Isidro, también enseñó su borbonidad siendo causa de varias guerras civiles (carlistas) durante la España del XIX.

    Fernando VII fue lo más execrable que ha ocupado el trono español. Nuestros antepasados no se atrevieron a distinguirle como a otros eximios monarcas europeos (Carlos I de Inglaterra o Luis XVI de Francia). Aquí, aguantamos sus cabronadas casi treinta años. Sexualmente no se desenvolvía bien. Dicen que por su enorme cipote. Pero lo cierto era que en el sexo era tan guarro como en todo lo demás. Su primera pareja fue una tal Antonieta, napolitana, que abortó dos veces antes de morir envenenada por su suegra.

    Ya rey, a Fernando lo casaron en segundas con Isabel de Braganza, hija de su hermana. Parió dos monstruos que vivieron poco. Murió asesinada, esta vez por sus ginecólogos durante su segundo parto.

    La sucesiva reina, Pepa Amalia de Sajonia, sobrina prima del garañón, venía de un convento. Cuando lo vio  decidió que a su tío se la picara un pollo. Se negó a acostarse con él. Hubo que provocarle unas calenturas para que se fuera  al otro mundo. Sin descendencia.

    Y llegó la cuarta y definitiva, también sobrina del felón. Italiana, Cristina de Borbón. Gran profesional. Aunque al casarse con Fernando éste estaba medio moribundo, consiguió darle dos hijas sanas. El inseminador fue su novio de toda la vida (con el que se desposó a las pocas semanas de enviudar del rey). Muñoz, que así se apellidaba el concubino, duque de Riansares, negrero y sinvergüenza, le engendró a ocho muñoces más. Cristina fue regente del reino hasta que Espartero la envió a hacer puñetas.

    Isabel de Borbón y Borbón, hija de Cristina, segunda de España, fue reina por derecho propio. La borbonidad transmitida por su madre perpetuó la especie. La casaron con su doble primo hermano Francisco de Paula que llevaba más puntillas que ella misma. Paquito le pegaba a pelo y pluma. Preñó a la reina (y a algunas de sus amantes femeninas). Pero la consanguinidad impidió que muchos de los once reales embarazos llegaran a buen término. Isabelita, ninfómana como su madre, se pirraba por las pantorrillas desnudas que dejaba ver el uniforme de los alabarderos. Gracias a sus fornicios con políticos y militares consiguió hijos adultos. Siendo un tal Puigmoltó, ontinyentino quien, tras pegarle un herpes genital, le hizo al heredero.

    La Gloriosa acabó con el reinado de Isabel. El cetro se lo otorgaron a un masón: Amadeo I. Su cónyuge, Victoria del Pozo de la Cisterna, lucía apellido de fábrica de inodoros. Era lista. Hija de locos, sus genes no trascendieron: Amadeo duró en el trono dos primaveras.

    Tras el apoteósico éxito de la primera república, volvieron los borbones. Alfonsito, único varón de Isabel fue restaurado en el trono. Su primera esposa fue su prima hermana Mercedes de Orleans. Pero el destino impidió que procrearan. Una tarde de la primavera…, a los cuatro meses de la boda,…Merceditas cambió de color…, lo que parecía una vulgar cagalera desembocó en unas tifoideas que se la llevaron al otro barrio. Y…Mercedes murió empezando a vivir, y en la Plaza de Oriente hay dolor, para llorarla fue todo Madrid…, tal como canta la copla.

    Tras el desgraciado matrimonio Alfonso, follador consumado como todo borbón, se lanzó al sexo frenético con cantaoras. Le buscaron pareja oficial: una monjil checoslovaca llamada María Cristina. No se tragaron entre sí, pero engendraron tres borbónicos. Poco antes de morirse Alfonso, de la tisis que pilló entre las vedettes, le pegó el último casquete a Cristina del que salió un chaval que acabó convirtiéndose en un imbécil. Tras su viudez fue reina regente toda su vida, primero oficialmente y luego protegiendo a su hijo que al morir mamá huyó de España. A la doña virtudes no le adjudicaron amantes.

    El trece gafó al siguiente Alfonso. Su inepcia llevó a España a varias guerras. Niño consentido, creyó que tenía derecho de pernada, persiguiendo a todo lo que se menea, criadas y niñeras algunas de las cuales se dejaban querer. Su más interesante gestión real fue la introducción del cine porno en España. Adolescente se encaprichó de una princesita británica muy mona, estirada y transmisora de genes hemofílicos. A pesar de la oposición de su madre y de los políticos de turno, se casó con ella. La inglesa le engendró varios monstruitos. Cuando la familia real se cansó de España, y con las espaldas bien cubiertas, se largaron. Los cónyuges se fueron cada uno por su lado y nunca se volvieron a ver. Las relaciones que tuviera Victoria Eugenia no han trascendido.

    Parte de lo que pasó después lo vivimos en directo. Nuevo sueño republicano que acabó en pesadilla. Guerra civil. Y cuarenta años de dictadura. El glorioso pajarón mostró su amor a la patria recolocándonos a los borbones. El tercero de Alfonso heredó la dinastía. No ejerció porque el dictador le consideró inútil. Se casó con su prima María Mercedes. El primogénito de ambos reconquistó el trono. Borbón y Borbón, otro con pedigrí.

    El penúltimo borbón, Juan Carlos el inversor. Llegó a España con una mano delante y otra detrás. Aficionado a las hazañas sexuales, le casaron con una miembra de la monarquía más pobre de Europa. Sin embargo se han convertido en una de las mayores fortunas del mundo. Sofía salió lista. Engendró tres tarascas, seguramente de su marido. Éste no le hizo nunca mucho caso así que, según comadreos, la griega se buscó amigos en el ambiente del tenis y en el de la Cruz Roja.

    Y el último de la saga, poco aficionado a doblar el lomo, tras varios intentos fallidos de emparejamiento, desposó con la chica de la tele. Muchacha espabilada, en el ámbito amatorio antes de llegar a Felipe, Leticia tuvo sus Ratos. E incluso un marido. Le ha dado dos niñas que, en la época del ADN no dudamos de su paternidad. Si alguna de las mozas llegara a ocupar el puesto de su padre, esperemos que manifieste los genes laborales de su antepasado el taxista.

    En fin, si aparcamos un momento la frivolidad, reconocemos que las reinas fueron unas mujeres desgraciadas. La mayoría no eligieron su modo de vida. Buscadas para procrear, eran seleccionadas como ganado. Sufrían frecuentemente vejaciones sexuales. Y muchas murieron en su juventud a causa de embarazos, partos, o por la impericia de sus médicos. Pero, indiscutiblemente la raza borbónica española es transgénica. El comportamiento usual de los borbones no fue por la consanguinidad. Sus soberanas habían depurado la especie.

    Cuando nos llegue la tercera república tendremos un jefe del Estado que será hijo de alguien vulgar. Y cada cuatro o cinco años habrá que enriquecerlo a él y su parentela. Sabemos que cualquier político, republicano, monárquico, autonómico o de cualquier calaña se convierte prontamente en un hijo de… su madre. Así que casi, nos aguantamos con las borbónicas: seguro que nos salen más baratas.

26 comentarios:

  1. Hola!!!

    Muy interesante el post! Mola!!
    Ha sido una grata sorpresa!

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  2. Estupendo “Real” relato.
    Has empleado una sintaxis que mantiene la atención hasta el punto final pese al esfuerzo por encadenar ideas y recuerdos de nuestra historia.
    Un abrazo y no dejes de transcribir tus ideas con ese enfoque tan personal. Al menos ya me tienes como lector¡¡¡
    Un abrazo

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    1. Me alegro de que te guste.
      Seguiremos escribiendo. Gracias por tu ánimo.
      Un abrazo

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  3. GRACIAS POR ENVIARME LECTURAS TAN INTERESANTES...

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  4. Visto que ni la monarquía ni las repúblicas ni las dictaduras nos han sido de gran utilidad, el próximo paso es probar con la acracia y el desenfreno orgiástico y etílico que tampoco servirán para nada pero por lo menos nos iremos a la mierda con media sonrisa
    Abrazos

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    1. Pues sí. Y habrá que darse prisa en montar la orgía. Porque, al paso que vamos, no tardaremos mucho en irnos a la mierda.
      Saludos.

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  5. Pues me he pasado un buen rato poniéndome al día

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    1. La verdad es que son cotilleos de hoy y de hace años.
      Me alegro de que te guste.

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    1. Bueno, pero la verdad es que las que jodían eran las reinas

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  7. Caray, que tratado de reyes.

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    1. Si, pero el tratado es, más bien, de los puteríos de las reinas

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  8. Me ha gustado. Podía haberlo escrito yo, porque siempre voy contando historias de esas, de las maravillas de nuestra historia monárquica.

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  9. Vaya escrito. Muy culto pero muy variopinto. Muy tuyo.

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    1. Esto casi parece una necrológica de España además de nuestros reyes. Muy elaborada y brillante como no podía ser menos. Saludos.

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    2. Realmente, hace siglos que España murió. Sus gobernantes la mataron. Sus reyes borbónicos especialmente. Esta entrada es un tributo a las reinas españolas, que hicieron lo que pudieron. Imagínese usted lo que supone tener encima de una a un imbécil de los citados para toda la vida. Pues así acabaron las reinas, igual que ha acabado España: jodida y arrimada al margen.

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  10. Bueníiiiiiiisimo !!!

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  11. Último engendro leído.
    Ja Ja Ja

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  12. Ya descubri un buen amigo, pero mi sorpresa ha sido descubrir tambien un excelente escritor. Cuarenta horas de clase me costo que me contaran los abatares de la dinastia borbonica de España, tu en media hora con un excelente relato y una magnifica exposicion a la vez mordaz e ironica, lo has conseguido de manera divertida y didactica. Continua escribiendo, me gusta la literatura historica.

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