Rómulo y Remo, filius
lupae, fueron los que empezaron a mandar en aquello que acabó siendo el
Imperio Romano. La palabra latina Lupa tenía varios significados. Uno es
el de prostituta (de ahí deriva lupanar) y explica claramente el prosaico
origen del fundador de Roma. Luego, la realidad se transformó en poética
leyenda y Lupa pasó a ser la loba capitolina. El resto del cuento todos
lo conocen.
Con el transcurso de la
historia, el cargo de todopoderoso se hizo hereditario, ocupándolo los hijos de
las reinas.
Mujeres, éstas, con obligaciones peculiares. La principal, la de reproducirse,
procrear cachorros reales para propagar la especie y mantener el poder
familiar.
Dado el talante clasista
de la monarquía, las féminas de las familias reales de Europa formalizaron matrimonios
endogámicos. La consanguinidad generaba proles
anómalas, monstruos. Pero como la mujer es quien siempre tomó las
decisiones resolutivas, las buenas soberanas optaron por emputecerse lo necesario
para conseguir que sus vástagos fueran el fruto de una cópula acaecida con un ejemplar
masculino de buena ralea.
La infausta norma
real reproductiva no se aplicaba en monarquías de otras partes del mundo. Los imperios
islámicos, proporcionaban a los sultanes nutridos harenes repletos de
bellas e inteligentes esclavas entre las que el rey elegía
a su favorita
para engendrar al heredero. Algo similar pasaba en otros reinos orientales: en
India, hasta alguna cupletista llegó a ser la maharaní. Costumbres que evitaban la
degradación
genética de la descendencia real.
Por aquí, a Isabel
la católica, alcahueta global, le cascó el primogénito de enfermedad
venérea, deshaciendo muchos de sus planes políticos. Así que implantó la costumbre de rodear el tálamo
nupcial de sus descendientes con rancios mojigatos que lo cuidaban
con tesón de cancerbero. La costumbre se mantuvo y, mezclados entre
parientes, los austriacos carlos y felipes fueron degenerando
progresivamente hasta llegar a aquella aberración humana (el tal Carlos
II) que acabó con la dinastía y casi con el imperio.
Mientras, en Francia,
París bien le valió una misa a un navarro caradura llamado Enrique
de Borbón que, tras calzarse a la Margot sin lograr descendencia,
desposó con la casquivana María de Médicis; no se hablaban,
pero le parió seis churumbeles. El mayor, Luis, marcado con el trece,
sucedió a su padre, salvándose de su madre que le quiso asesinar. Los intereses
sexuales de Luisito iban más hacia condes y marqueses que hacia su mujer, pero Ana
de Austria se pasó por la piedra a los malos de la película (Los
Tres Mosqueteros) Buckingham y Mazarino, y parió al Rey Sol,
espabilado monarca. Y así sucesivamente.
En España, el último engendro
austriaco fue sucedido por un nieto del soleado francés, infestándonos de la peste
borbónica. Felipe, quinto de España, listo, ilustrado y bipolar. En su
juventud le casaron con su prima hermana María Luisa, la saboyana. Seguían teniendo la
cama custodiada por dos fieros lebreles: doña Ana de los Ursinos y el cardenal
Bocanegra. La de Saboya parió cuatro retoños, de los cuales dos
llegaron a reinar.
Tras morir María Luisa, le trajeron al rey otra italiana: Isabel de Farnesio, sin parentesco
con él. Muy suya, no consintió entrar en la corte hasta que enviaran a la de
los Ursinos a Pernambuco. Y se vino con ella su cardenal
privado: Alberoni. Siete vástagos parió que, por la escasa endogamia
o por la colaboración del clérigo, mejoraron indiscutiblemente
la especie.
Felipe V, apodado el
animoso por sus fases maniacas, abdicó en su primogénito
durante una de sus depresiones. A Luis I lo habían casado con Luisa
de Orleans, afectada de esquizofrenia. Pero unas viruelas enviaron
enseguida al joven rey con san Pedro. No tuvieron descendencia,
así que la chica se volvió a París. El viejo monarca tuvo que recuperar el
trono.
Al morir Felipe tras reinar
casi cincuenta años, fue reemplazado por su hijo Fernando (sexto) desequilibrado
también. Casado con Bárbara de Braganza, culta e inteligente mujer, capaz de
mejorar la raza. Pero, fiel a su marido murió sin descendencia. Su
amante esposo se acabó de desbaratar. No volvió a casarse.
Así que llegó la hora soñada
por la Farnesio: que su primogénito fuese rey de España. El
papel del cardenal (Alberoni) fue cardinal para que engendrara a un
chico feísimo pero listo. Carlos tercero, se llamaba. Reinó en Nápoles antes que en España. Casado
con María
Amalia, germánica cuyos genes aportaron majadería a la saga borbónica.
De trece hijos, al primero lo dieron por inútil; el segundo reinó con esa pinta
pintada por Goya. Ahí degeneró del todo la especie. Amalia murió tísica
al poco de llegar a España. El rey permaneció viudo.
El segundón de María Amalia
reinó como Carlos IV. Inquieto por el rebaneo de las barbas (y el
pescuezo) de su vecino francés. Se casó con su prima hermana María
Luisa, de Parma. Era una coneja que tuvo veinticuatro
embarazos, naciéndole catorce vástagos, de los que siete llegaron a adultos. Más
puta
que las gallinas, se tiraba a todo apuesto varón que se le acercara, incluido al
valido Godoy. El heredero, Fernando, sería de su marido ya que demostró
su pura calaña. Otro hijo, Carlos María Isidro, también enseñó
su borbonidad siendo causa de varias guerras civiles (carlistas) durante la España
del XIX.
Fernando VII fue lo más execrable que ha ocupado el trono español. Nuestros antepasados no se atrevieron a distinguirle como a otros eximios monarcas europeos (Carlos I de
Inglaterra o Luis XVI de Francia). Aquí, aguantamos sus cabronadas casi treinta
años. Sexualmente no se desenvolvía bien. Dicen que por su enorme cipote.
Pero lo cierto era que en el sexo era tan guarro como en todo lo demás. Su
primera pareja fue una tal Antonieta, napolitana, que abortó
dos veces antes de morir envenenada por su suegra.
Ya rey, a Fernando lo
casaron en segundas con Isabel de Braganza, hija de su hermana. Parió dos monstruos
que vivieron poco. Murió asesinada, esta vez por sus ginecólogos
durante su segundo parto.
La sucesiva reina, Pepa
Amalia de Sajonia, sobrina prima del garañón, venía de un convento.
Cuando lo vio decidió que a su tío se la
picara un pollo. Se negó a acostarse con él. Hubo que provocarle unas calenturas
para que se fuera al otro mundo.
Sin descendencia.
Y llegó la cuarta y definitiva, también sobrina
del felón. Italiana, Cristina de Borbón. Gran profesional.
Aunque al casarse con Fernando éste estaba medio moribundo, consiguió darle dos
hijas sanas. El inseminador fue su novio de toda la
vida (con el que se desposó a las pocas semanas de enviudar del rey). Muñoz,
que así se apellidaba el concubino, duque de Riansares, negrero y sinvergüenza,
le engendró a ocho muñoces más. Cristina fue regente del reino hasta
que Espartero
la envió a hacer puñetas.
Isabel de Borbón y Borbón, hija de Cristina, segunda de España, fue reina por
derecho propio. La borbonidad transmitida por su madre perpetuó la especie. La
casaron con su doble primo hermano Francisco de Paula que llevaba más
puntillas que ella misma. Paquito le pegaba a pelo y pluma.
Preñó a la reina (y a algunas de sus amantes femeninas). Pero la consanguinidad
impidió que muchos de los once reales embarazos llegaran a buen
término. Isabelita, ninfómana como su madre, se pirraba por las pantorrillas desnudas que
dejaba ver el uniforme de los alabarderos. Gracias a sus fornicios
con políticos y militares consiguió hijos adultos. Siendo un tal Puigmoltó,
ontinyentino quien, tras pegarle un herpes genital, le hizo al heredero.
La Gloriosa acabó con el reinado de Isabel. El cetro se lo otorgaron a un masón: Amadeo I. Su cónyuge, Victoria del Pozo de la Cisterna, lucía apellido de fábrica de inodoros. Era lista. Hija de locos, sus genes no trascendieron: Amadeo duró en el trono dos primaveras.
Tras el apoteósico éxito de la primera
república, volvieron los borbones. Alfonsito, único varón de Isabel fue
restaurado en el trono. Su primera esposa fue su prima hermana Mercedes
de Orleans. Pero el destino impidió que procrearan. Una
tarde de la primavera…, a los cuatro meses de la boda,…Merceditas
cambió de color…, lo que parecía una vulgar cagalera desembocó en
unas tifoideas
que se la llevaron al otro barrio. Y…Mercedes murió empezando a vivir, y en la
Plaza de Oriente hay dolor, para llorarla fue todo Madrid…, tal como canta la
copla.
Tras el desgraciado matrimonio Alfonso,
follador
consumado como todo borbón, se lanzó al sexo frenético con cantaoras.
Le buscaron pareja oficial: una monjil checoslovaca llamada María
Cristina. No se tragaron entre sí, pero engendraron tres
borbónicos. Poco antes de morirse Alfonso, de la tisis que pilló entre las
vedettes, le pegó el último casquete a Cristina del que salió un chaval
que acabó convirtiéndose en un imbécil. Tras su viudez fue reina regente
toda su vida, primero oficialmente y luego protegiendo a su hijo que al
morir mamá huyó de España. A la doña
virtudes no le adjudicaron amantes.
El trece gafó al siguiente Alfonso.
Su inepcia llevó a España a varias guerras. Niño consentido, creyó que
tenía derecho de pernada, persiguiendo a todo lo que se menea,
criadas y niñeras algunas de las cuales se dejaban querer. Su más interesante
gestión real fue la introducción del cine porno en España. Adolescente se
encaprichó de una princesita británica muy mona, estirada y transmisora de genes hemofílicos.
A pesar de la oposición de su madre y de los políticos de turno, se casó con
ella. La inglesa le engendró varios monstruitos. Cuando
la familia real se cansó de España, y con las espaldas bien cubiertas, se
largaron. Los cónyuges se fueron cada uno por su lado y nunca
se volvieron a ver. Las relaciones que tuviera Victoria
Eugenia no han trascendido.
Parte de lo que pasó después lo
vivimos en directo. Nuevo sueño republicano que acabó en pesadilla. Guerra
civil. Y cuarenta años de dictadura. El glorioso pajarón mostró
su amor a la patria recolocándonos a los borbones. El tercero de Alfonso heredó
la dinastía. No ejerció porque el dictador le consideró inútil. Se
casó con su prima María Mercedes. El primogénito de ambos reconquistó el trono. Borbón
y Borbón, otro con pedigrí.
El penúltimo borbón, Juan
Carlos el inversor. Llegó a España con una mano delante y otra detrás.
Aficionado a las hazañas sexuales, le casaron con una miembra de la monarquía
más pobre de Europa. Sin embargo se han convertido en una de las mayores
fortunas del mundo. Sofía salió lista. Engendró tres
tarascas, seguramente de su marido. Éste no le hizo nunca mucho caso así que,
según comadreos, la griega se buscó amigos en el ambiente del tenis y en el de la Cruz Roja.
Y el último de la saga, poco
aficionado a doblar el lomo, tras varios intentos fallidos de emparejamiento, desposó
con la chica de la tele. Muchacha espabilada, en el ámbito amatorio
antes de llegar a Felipe, Leticia tuvo sus Ratos.
E incluso un marido. Le ha dado dos niñas que, en la época del ADN
no dudamos de su paternidad. Si alguna de las mozas llegara a ocupar el puesto de
su padre, esperemos que manifieste los genes laborales de su antepasado el taxista.
En fin, si aparcamos un momento
la frivolidad, reconocemos que las reinas fueron unas mujeres desgraciadas.
La mayoría no eligieron su modo de vida. Buscadas para procrear, eran
seleccionadas como ganado. Sufrían frecuentemente vejaciones sexuales. Y
muchas murieron en su juventud a causa de embarazos, partos, o por
la impericia de sus médicos. Pero, indiscutiblemente la raza borbónica española
es transgénica.
El comportamiento usual de los borbones no fue por la consanguinidad. Sus
soberanas habían depurado la especie.
Cuando nos llegue la tercera república tendremos un jefe del Estado que será hijo de alguien vulgar. Y cada cuatro o cinco años habrá que enriquecerlo a él y su parentela. Sabemos que cualquier político, republicano, monárquico, autonómico o de cualquier calaña se convierte prontamente en un hijo de… su madre. Así que casi, nos aguantamos con las borbónicas: seguro que nos salen más baratas.
Cuando nos llegue la tercera república tendremos un jefe del Estado que será hijo de alguien vulgar. Y cada cuatro o cinco años habrá que enriquecerlo a él y su parentela. Sabemos que cualquier político, republicano, monárquico, autonómico o de cualquier calaña se convierte prontamente en un hijo de… su madre. Así que casi, nos aguantamos con las borbónicas: seguro que nos salen más baratas.
Hola!!!
ResponderEliminarMuy interesante el post! Mola!!
Ha sido una grata sorpresa!
Me alegro de que temole.
EliminarSaludos
Estupendo “Real” relato.
ResponderEliminarHas empleado una sintaxis que mantiene la atención hasta el punto final pese al esfuerzo por encadenar ideas y recuerdos de nuestra historia.
Un abrazo y no dejes de transcribir tus ideas con ese enfoque tan personal. Al menos ya me tienes como lector¡¡¡
Un abrazo
Me alegro de que te guste.
EliminarSeguiremos escribiendo. Gracias por tu ánimo.
Un abrazo
GRACIAS POR ENVIARME LECTURAS TAN INTERESANTES...
ResponderEliminarGracias a ti por leerlas
EliminarVisto que ni la monarquía ni las repúblicas ni las dictaduras nos han sido de gran utilidad, el próximo paso es probar con la acracia y el desenfreno orgiástico y etílico que tampoco servirán para nada pero por lo menos nos iremos a la mierda con media sonrisa
ResponderEliminarAbrazos
Pues sí. Y habrá que darse prisa en montar la orgía. Porque, al paso que vamos, no tardaremos mucho en irnos a la mierda.
EliminarSaludos.
Pues me he pasado un buen rato poniéndome al día
ResponderEliminarLa verdad es que son cotilleos de hoy y de hace años.
EliminarMe alegro de que te guste.
Joder con los reyes
ResponderEliminarBueno, pero la verdad es que las que jodían eran las reinas
EliminarCaray, que tratado de reyes.
ResponderEliminarSi, pero el tratado es, más bien, de los puteríos de las reinas
EliminarMe ha gustado. Podía haberlo escrito yo, porque siempre voy contando historias de esas, de las maravillas de nuestra historia monárquica.
ResponderEliminarSerán los genes
EliminarVaya escrito. Muy culto pero muy variopinto. Muy tuyo.
ResponderEliminarMío, mío
EliminarEsto casi parece una necrológica de España además de nuestros reyes. Muy elaborada y brillante como no podía ser menos. Saludos.
EliminarRealmente, hace siglos que España murió. Sus gobernantes la mataron. Sus reyes borbónicos especialmente. Esta entrada es un tributo a las reinas españolas, que hicieron lo que pudieron. Imagínese usted lo que supone tener encima de una a un imbécil de los citados para toda la vida. Pues así acabaron las reinas, igual que ha acabado España: jodida y arrimada al margen.
EliminarBueníiiiiiiisimo !!!
ResponderEliminarMe gusta que te guste
EliminarÚltimo engendro leído.
ResponderEliminarJa Ja Ja
No sé si te gustó.
EliminarParece que sí te hizo gracia
Ya descubri un buen amigo, pero mi sorpresa ha sido descubrir tambien un excelente escritor. Cuarenta horas de clase me costo que me contaran los abatares de la dinastia borbonica de España, tu en media hora con un excelente relato y una magnifica exposicion a la vez mordaz e ironica, lo has conseguido de manera divertida y didactica. Continua escribiendo, me gusta la literatura historica.
ResponderEliminarMe alegro de que te guste
Eliminar