viernes, 16 de marzo de 2012

EL MODELO SUECO Y LOS RECORTES


A principios de los ochenta, a los mandamases del progresismo, que acababan de capturar el poder en España, se les ocurrió la feliz idea de denominar como el modelo sueco a la pauta de invasión social que iba a perpetrar su partido principal.
Muchos incautos, se regocijaron al creer que dicho modelo sueco consistía en transmutar a todos los españoles en seres altísimos, guapísimos, rubísimos y sobre todo, poseedores de una desmedida capacidad sexual.
Pocos advirtieron que en aquella época Suecia disfrutaba de un modelo político semitotalitario, parecido al mejicano, manejado por el partido Socialdemócrata,  que había intervenido todas las parcelas del Poder, políticas o no. Los   adeptos a dicho partido ocupaban las áreas de influencia en cualquier ámbito. Así que, cuando perdieron las elecciones, hicieron tan difícil el gobierno por el partido oponente, que fue imprescindible su regreso para continuar la marcha del Estado, ganando las siguientes elecciones. Ese tipo de casi dictadura, sectaria y corporativista, ha sido el modelo político soñado por la izquierda española reciente.
Así que durante los años en que gobernaron, los sociatas atestaron los puestos de responsabilidad, en todas las áreas, con un inmenso número de sus secuaces.
Sin embargo, conforme los progresistas perdían poder en España, el modelo sueco demostraba su invalidez aquí. Nuestra patria es diferente y atípica. Así que cuando la soberanía fue cayendo en manos de los conservadores,  muchos de los que habían hecho su agosto gracias al sectarismo progre, no sólo no impidieron la gobernación del Estado, tal como habían prometido, sino que pronto se cambiaron de chaqueta sin ningún escrúpulo, dejando a sus queridos valedores con dos palmos de narices.
Hay que reconocer que es una manera civilizada y tolerante de solventar el problema del corporativismo inherente al modelo sueco. Los bárbaros vikingos lo zanjaron de una manera mucho más salvaje: se cargaron al primer ministro.
Y llegamos al momento en que los conservadores conquistan las diversas parcelas de la administración española. Pues resulta que, además de no aprender la lección, nos aplicaron el modelo corporativista incluso con más vigor. Continuaron poblando los puestos influyentes con una caterva de sujetos cuyo apartado primordial en su currículum era el aval de afecto al régimen. Gente a la que el carnet del partido le ocluía alguno de sus orificios anatómicos.
Entre progresistas y conservadores se lanzó al ruedo ibérico a una tropa de osados dispuestos a torearse al resto de ciudadanos. Ingresaron en la tribu mediante ceremonia de sodomización, dirigiendo posaderas hacia alguno de los partidos imperantes. Tras ella, y después de un periodo de meritoriaje, se les concede su isla Barataria, en el partido, en la empresa privada o pública, en los sindicatos, en la administración, incluida la de justicia, en la sanidad, en la universidad, etcétera.
Hay tres tipos de especímenes pertenecientes a esta fauna. En primer lugar citaremos al ladrón. Ése se mete en el mundo del poder básicamente para robar. Es sabido que los hay entre las mejores familias. Se han difundido en todas las instituciones estatales, afanando con absoluta desfachatez.
Otro prototipo a nombrar es el inútil. Absolutamente incapaz de realizar sus funciones. Pero que rastreramente se va desenvolviendo en los diversos ambientes hasta conseguir un puesto dirigente: lo mío. Para cuyo desempeño se manifiestan como verdaderos ineptos.
Y el tercer tipo, el más peligroso, es el sinvergüenza. Que suele ser capaz de desempeñar sus funciones. Y no escamotea en lo ajeno. Pero siendo testigo, y muchas veces colaborador, de los tejemanejes de unos y de otros, se calla para no ver peligrar su cargo. Sin embargo no tienen conciencia de su actitud inmoral, se sienten legitimados, y hasta creen que se lo merecen.
¿Sería fácil, en Estados Unidos u otro país desarrollado, asegurar a qué partido está afiliado un recién nombrado jefe de negociado administrativo, o un director de hospital, o el consejero de una empresa pública? Pues bien, en España es facilísimo adivinarlo.
Los cagapoquito venidos a más adolecen de dos particularidades inconfundibles. La primera es la de ser firmes enemigos de la libertad de expresión. Reprimen la manifestación de todo comentario  que les ataña. Contra ella emplean métodos tan totalitarios como la amenaza o la coacción. Su ignorancia no les deja percatarse de que la  retroalimentación que provoca cualquier crítica es el fundamento del progreso, incluido el suyo.
Y otra característica habitual de nuestros prototipos es su comportamiento cesarista. Gustan de rodearse por un grupo de aduladores, caracterizados por su pericia consumando felaciones. Los pelotas, a los que tienen sujetos por las ídem, están esperando el momento de soltarse para asestar la puñalada trapera a su amo. Es el típico final de la biografía de cualquier césar.
Potenciando a los haraganes y a sus palmeros se refuerza el vicio que estábamos criticando: el corporativismo. Corruptela del todo inmoral e injusta, consistente en repartir prebendas inmerecidas entre amiguetes, impidiendo que los empleos sean ocupados por individuos más competentes.
Entre unos y otros han extendido tal cantidad de chapapote sobre todos los ámbitos de la nación, que veremos quién es capaz de enjuagarlo. Transformando a España en un pueblo bananero.
Estamos inmersos en una crisis económica y social que se extiende por todo Occidente. Los gobiernos imponen recortes encaminados a superar dichas crisis. Pero descargan su actuación sobre los de siempre. Pues bien, los tipejos referidos han contribuido de manera considerable a llegar a esta situación.
Los españoles siempre hemos tenido mucho aguante pero no somos idiotas. Nuestros antepasados vencieron al Islam, derrotaron a Napoleón y nos quitaron de encima el estalinismo. Ahora hay que hacerles honor y liberarnos de estos crápulas.
Tenemos directivos y trabajadores eficaces y responsables, que desde siempre han poseído la capacidad de llevar al país hacia delante. Muchos de ellos incluso, son simpatizantes o afiliados a los partidos políticos. Pero, a su vez, estamos rodeados de una plaga de ladrones, inútiles y sinvergüenzas, que han conquistado sus puestos asomándoles el carnet, de uno u otro color, por su boca o por su culo y que constituyen una rémora para salir del desastre.
Creo que el problema no se arreglará con algaradas o huelgas inútiles. Hay que actuar contra ellos. Sacándolos a la luz, denunciando sus infamias, delatando a sus adeptos, insubordinándose contra sus ocurrencias, exigiendo que devuelvan lo robado. Lo debemos hacer todos y cada uno, porque nadie lo hará por nosotros.
Y si no vuelven al redil de la honestidad, habría que pensar en que lo que es preciso recortar son los cojones de esa gentuza.
Nada más.
Otro día os contaré lo que pienso de lo que pasa en la empresa privada. De los parados o prejubilados con subvención que trabajan en la economía sumergida. O de los empresarios que les contratan. Ahí, también habría que capar a unos cuant@s.
Saludos